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El hospital de las clásicas chaquetas Barbour donde el paciente siempre sobrevive | Noticias de Madrid


Al único taller completo que tiene la afamada marca de chaquetas Barbour fuera del Reino Unido, en el distrito de Salamanca de Madrid, hace unas semanas llegó un hombre escocés con un encargo especial. Su esposa y su madre se quedaron en el coche porque les daba vergüenza que las creyeran tan ilusas como para pensar que unos jirones de tela que en algún momento fueron un abrigo impermeable pudieran recuperarse de alguna manera. Cuando en el taller analizaron la prenda, les quedó claro que no sería imposible reparar el tejido agujereado y desgastado. Por sus características, el modelo debía tener casi 60 años. El cliente dejó la chaqueta, o lo que quedaba de ella después de haber pasado una cantidad indeterminada de años olvidada en un granero en Escocia, con más esperanza que certeza.

Detrás de la fachada de madera verde brillante y los toldos a juego de un estilo inglés inconfundible del número 5 de la calle de los Fundadores, se esconde el taller oficial de reparaciones de Barbour, la marca que originalmente creaba chaquetas enceradas para marineros, pero que hoy usa todo el que quiera una prenda realmente duradera, o todo el que emule el auténtico british style campestre en plena ciudad. Las prendas de Barbour están pensadas para durar toda una vida ―y, a veces, más de una― y por ello cuentan con talleres oficiales, como el de Madrid, en los que se recuperan hasta las chaquetas roídas por ratones y carcomidas por el moho, como la del cliente escocés.

Ninguna pieza representa un reto demasiado grande para estos artesanos. De una percha casi a la altura del techo, Aldrin Uzcategui, maestro encerador y voz cantante del pequeño taller de solo cinco trabajadores, baja una chaqueta que ha venido desde Gijón, cuya tela tiene tantos agujeros que es difícil imaginarse su aspecto original. Luego, muestra en su móvil una foto de otra que llegó siendo marrón oscura y que después de la limpieza, para sorpresa de su dueño, terminó siendo de un azul intenso.

Cada prenda es un mundo y como tal, cada caso lleva un tratamiento diferente, que puede ir desde la limpieza, el encerado, la reparación o sustitución de tejidos, cremalleras y botones hasta el rediseño, según sea necesario. La chaqueta del cliente escocés primero tuvo que pasar por una limpieza profunda a base de alcoholes y siliconas y luego por el desmontaje, pieza por pieza, para intentar rescatar los trozos funcionales y sustituir las zonas perdidas con alguno de los tejidos oficiales de la marca que se asemejara al ya existente, porque mantener el estilo de la chaqueta lo más fiel posible es el objetivo número uno de este taller.

Aldrin Uzcategui, gerente del taller de Barbour en Madrid.

Puertas adentro, más allá de la elegancia de la entrada, el taller de reparaciones se parece a un taller de reparaciones en cualquier parte del mundo. De arriba a abajo, el pequeño local está lleno de chaquetas oscuras para reparar, en proceso y listas para entregar. Varios rollos de tartán y de telas oscuras enceradas cuelgan a un costado, una lavadora y una estación de planchado industrial más allá, en el medio tres máquinas de coser, y al otro lado un área de lavado y una mesa donde Toñi Gálvez encera chaquetas desde hace 13 años.

“Me encanta mi trabajo, ver a los clientes impresionados cuando les devolvemos su prenda”, confiesa, mientras va tomando cera blanquecina de un cacharro de metal con una brocha gruesa y rígida. El calor de la fricción funde como mantequilla la cera sobre la tela marrón verdosa. Hace algunos años el olor característico de la cera que se empleaba para impermeabilizar las chaquetas de la marca era tan fuerte que, al entrar una persona a un bar, todos sabían que llevaba un Barbour, pero actualmente se usa una sintética que, sin quitarle efectividad, resalta mucho menos.

Toñi Gálvez, una de las trabajadoras del taller.

Toñi explica que, una vez que la prenda está encerada y lista, el dueño lo único que tiene que hacer es pasarle la mano, en el sentido más estricto del término, para que se vayan las marcas del uso con el calor de la piel. “La forma correcta de conservar una chaqueta de Barbour entre temporadas es colocándola en una percha cubierta por un plástico con una abertura por abajo para que respire”, agrega Aldrin, que dice que de hacerse así, la chaqueta tendrá una vida muy larga.

En septiembre, cuando el otoño se avecina, al lugar comienzan a llegar montañas de abrigos para que estén listos en la temporada de frío y de lluvias. En esa época, han llegado a dar mantenimiento a unas 500 chaquetas al mes, según Aldrin, que son más de 15 reparaciones al día. Cuenta que llegan tanto directamente de las manos de los clientes, como por paquetería desde distintos puntos de España, Europa, Latinoamérica, e incluso alguna les ha llegado desde Estados Unidos.

Diferentes chaquetas de la marca almacenadas en el interior del taller de Barbour en Madrid.

El precio del arreglo va en función de cada necesidad, al igual que el tiempo para terminar el trabajo, por lo que Aldrin no se aventura a dar una cifra. Un parche en una zona desgastada puede costar a partir de 30 euros y el cambio de uno de sus famosos cuellos de pana, unos 60, pero hay arreglos muy complejos que pueden ascender a varios cientos de euros.

Pero para Aldrin, el mantenimiento de un Barbour, más que un gasto, es una inversión, porque son prendas diseñadas para pasarse entre generaciones, y con una carga sentimental que las hace aún más valiosas con el paso de los años. Cuenta que, cuando hace unas semanas el cliente escocés llegó con aquella chaqueta encontrada en el granero, solo pudo pedir que se conservara la mayor cantidad de tela original posible y que, además de la limpieza, no se encerara. “Así voy a estar más cerca de mi abuelo”, dijo.



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