A las dos no fueron las tres | Noticias de Madrid
Se ha cambiado la hora, ahora anochece a las doce y cinco en la Puerta del Sol. Amanece también a la misma hora. Desde la semana pasada son siempre las doce y cinco en la Puerta del Sol. El tiempo se ha parado.
Ojalá se pudiera parar el tiempo. Es más fácil parar un reloj, aunque sea el más famoso de España. No, no pienso defender que cualquier cosa madrileña sea lo más, ni siquiera el agua, pero en este caso es bastante incuestionable. ¿Quién mide ahora el tiempo en Madrid? ¿Cuánto transcurre entre que recibes un SMS con una cita médica con un especialista y la fecha que te dan? Meses ¿Y entre que tu casero te dice que va a poner su casa, que es la tuya, en venta y encuentras otro lugar para vivir? O malvivir, según lo que el alquiler asfixie. ¿Cuánto se puede estar sin respirar? ¿Cuánto se tarda en regresar del trabajo a casa? En mi caso, el 25 de marzo, 56 minutos y 29 segundos; el sábado pasado, 47 minutos y 18 segundo. Mismo trayecto y misma forma de hacerlo: en metro.
El tiempo es subjetivo. Hay datos que lo demuestran. Y como transcurre inevitablemente para todos, incluso para los relojes fabricados en el último tercio del siglo XIX pensados para dar las horas eternamente (lo dicen sus relojeros), el de la Puerta del Sol está en revisión. No pasaba una desde 1996. Primero se desmontó la sonería, dejó de dar los cuartos y las horas, luego dejó de marcarlas. El proceso de conservación y limpieza, una labor preventiva, durará unos 15 días durante los cuales siempre será mediodía (o medianoche) en la Puerta del Sol. Mientras, la Tierra sigue girando, para prueba: el eclipse. A Pedro Ortiz, relojero de la casa Losada, cuidadores del cronógrafo, lo que más le preocupa no es la puesta a punto actual, sino la precisión, “la precisión diaria”: “Que ni se atrase ni se adelante. Tiene que estar siempre en hora. Es un reloj público”. Para ello, habitualmente controlan el reloj entre uno y tres días por semana. Todos nos fiamos de él, si pasas por Sol y marca las siete y cuarto, no lo cuestionas, es así. Podríamos acuñar la frase: “Tener la fiabilidad del reloj de la Puerta del Sol”. Ojalá lo que hay debajo fuera igual de fiable.
A pesar de la inmovilidad temporal de las famosas manillas, de que en la madrugada del domingo a las dos no fueron las tres, el tiempo sigue corriendo en la ciudad. Corriendo, deprisa, sin pausa, sin llegar, como los que la habitamos. ¿Sin llegar a dónde? A veces a lugares vitales: a fin de mes. A veces, a otros banales que parecen indispensables por esa obsesión por no perderse nada, lo que se conoce como FOMO (del inglés: Fear of Missing Out). “Aún no he visto Adolescencia, ya voy tarde”, se oye. ¿Tarde? ¿Hay fecha límite para ver la serie de moda? Porque aseguraría que muchos de los que no han visto todavía Adolescencia tampoco han visto Dallas, ¿entonces van tardísimo? La subjetividad del tiempo pasa a ser objetiva cuando te va la vida en ello. Se detiene también cuando pides una cita en atención primaria a través de la aplicación de la Comunidad de Madrid y la primera que te sale, tanto presencial como telefónica, es para el 22 de abril, ¡quedan 20 días!, con sus 20 noches, que se transforman en 500 si las preocupaciones rondan por la cabeza, como suele ocurrir cuando se necesita un médico.
En esto, las manos ―que no las manillas― de la Puerta del Sol llevan muchísimo tiempo paradas y no parece que tengan prevista ninguna revisión.