¿Y si Mazón sigue? | España
«Está amortizado» es, seguramente, lo más suave que se ha dicho sobre Carlos Mazón en los últimos meses. Al mismo tiempo, es una expresión habitual en los comentarios sobre el futuro del presidente valenciano. Incluso hay informaciones que señalan que esa opinión estaría extendida dentro del propio PP. Por mucho que se empeñe en permanecer en el cargo, las continuadas críticas -incluso en medios cercanos a su partido- y la investigación judicial en marcha mostrarían que nunca se alejará de la polémica por su manejo de la dana. Da igual que, para muchos, el Gobierno central también tenga responsabilidades en aquella catástrofe. El comportamiento de Mazón -se viene a decir- seguiría siendo indefendible, y su obstinación estaría abocada al fracaso.
La cuestión es si no se estará confundiendo lo que debería ocurrir con lo que efectivamente puede ocurrir. Este diario publicó ayer una encuesta que precisamente vendría a cuestionar esa idea del presidente amortizado. No es que arroje resultados espectaculares: el PP valenciano sigue teniendo menos apoyo que el que obtuvo en las últimas elecciones, y Mazón es el único líder que recibe una valoración negativa por parte de sus propios votantes. Pero hay algunos datos esperanzadores para el dirigente popular: el PP recupera tres puntos frente al anterior sondeo, los apoyos que pierde no han ido a la oposición sino a Vox o al bloque de los indecisos, un 61% de los encuestados cree que el Gobierno central también fue responsable de las consecuencias de la dana… todo esto, cuando Mazón acaba de pactar unos presupuestos que parecen despejar su horizonte inmediato. Como ha señalado Roberto Benito, si esta es la situación cuando la catástrofe aún está reciente, ¿qué no podría recuperar el presidente valenciano en los dos años que le quedan de legislatura?
Luego está la pregunta de si Mazón está más amortizado de lo que lo estaban Pedro Sánchez en 2016 -cuando fue descabalgado de la secretaría general del PSOE-, o Carles Puigdemont a finales de 2017 -cuando huyó del país tras proclamar la independencia unilateral de Cataluña-, o cualquiera de tantas figuras políticas quemadas que, pese a todo, se han mantenido en sus cargos. Parece claro que la España de los últimos tiempos recompensa la obstinación e incluso el empecinamiento. Cela dijo hace décadas aquello de que, en nuestro país, el que resiste gana; y la máxima parece ajustarse especialmente bien a esta época en la que un presidente del Gobierno hace gala de su Manual de resistencia.
Quizá lo que debamos plantear, entonces, no es lo que todo esto dice sobre Mazón -o sobre Sánchez, o sobre Puigdemont…-, sino lo que dice sobre nuestro sistema y nuestra sociedad. Podemos deducir que los contrapesos internos y los mecanismos de presión sobre dirigentes amortizados son más débiles aquí que en otras democracias avanzadas. También podemos asumir que el poder que otorga un cargo político de determinado nivel sigue siendo asombroso, y que esto permite desafiar las convenciones acerca de qué se puede tolerar y qué no en la vida pública. O quizá sea que los votantes han ajustado sus expectativas tras una década de esperanzas frustradas, y que nuestra época no se caracteriza tanto por la resistencia de algunos como por la resignación de todos los demás.