Una “sorpresa” para la duquesa del Infantado: “ni rastro” de la licencia turística del castillo de Manzanares El Real | Noticias de Madrid
El candado, de doble cierre, indica que, de ahora en adelante, el principio será también el final del camino. La fortaleza está cerrada. Sin embargo, sería un juego de niños saltar la pequeña valla que separa el complejo del Castillo Nuevo de los Mendoza de la propia calle del Castillo en Manzanares el Real (9.386 habitantes), donde se encuentra la entrada principal. Es una pequeña verja negra, metálica, de metro y medio, reforzada con un poco de madera y unos pinchos afilados que le dan algo más de entidad. “Ya solo pasarán las hojas de los árboles y las aves”, dice David Piñeiros, un vecino algo apresurado y melancólico que, con la cabeza, señala a una cigüeña, la del complejo de dúplex y pisos de la acera de enfrente, a la que él mismo ha bautizado como Eloísa. Y Eloísa, para deleite de Piñeiros, termina de cacarear y se lanza a planear por la explanada verde y perfectamente cuidada que rodea esta ciudadela construida a finales del siglo XV, donde se aprobó el Estatuto de Autonomía de la Comunidad de Madrid en 1983, y por donde, entre 2019 y 2024, desfilaron 474.150 visitantes. Ninguno volverá a hacerlo, por ahora.
La duquesa del Infantado, Almudena de Arteaga y de Alcázar, recuperó el pasado 5 de enero la gestión del castillo tras vencer el contrato de alquiler que ha permitido que durante 60 años este complejo histórico fuera gestionado por la Comunidad de Madrid. Y, desde entonces, lo mantiene cerrado a cal y canto después de una inesperada “sorpresa”, en palabras de su abogado, Miguel Temboury: no tiene la licencia necesaria para abrirlo a los turistas. Por su parte, la Comunidad ya ha comenzado a vaciar el interior y los tapices, por ejemplo, han sido trasladados a la Real Fábrica.
La noticia se venía mascando entre los vecinos de Manzanares desde hacía meses, más aún después de que Arteaga recuperara a principios de septiembre el terreno donde se ubicaba el parque Duque del Infantado, lugar de recreo para los niños de la localidad, apenas a cien metros del castillo, y que hoy es un solar abierto, sin columpios y con peluches y excrementos de perros tirados por el suelo. Piñeiros explica con sarcasmo que el Manzanares que a él “le gustaba” ya solo se puede ver “en Google Maps”. Aunque el plan de la familia ducal seguía siendo la explotación turística del Castillo de los Mendoza, la falta de una licencia que les permita hacerlo como particulares obliga ahora a cerrar el lugar hasta nuevo aviso.
Cada año, el Castillo Nuevo de los Mendoza facturaba una media de 390.000 euros entre la taquilla, las visitas teatralizadas y el alquiler para algunos rodajes. Por otro lado, el coste ascendía a los 1,4 millones entre el mantenimiento, la seguridad y los empleados que trabajaban a diario entre los muros de la fortificación, según la Consejería de Cultura.
La alcaldesa de Manzanares, la socialista Alicia Gallego, afirma que todos “pensaban que iba a ser rápido el trasvase” y que la actividad continuaría igual pese al cambio de dueño. En cambio, “hace 15 días”, tanto la Comunidad como el Ayuntamiento comenzaron una “búsqueda” infructuosa entre sus archivos históricos para localizar la famosa licencia. “No hay ni rastro de ella. No existe”, apunta Gallego desde su despacho.
Cultura alega que “en el año 56, cuando se hizo el contrato de arrendamiento, no era necesario una licencia, sino simplemente que se comunicara al Ayuntamiento”. Posteriormente, en 1977, cuando el castillo se abrió al público, todavía bajo los mandos de la extinta Diputación Provincial, el Real Decreto 1346/1976, de 9 de abril, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley sobre Régimen del Suelo y Ordenación Urbana, establecía que “los actos promovidos por órganos de derecho público estaban sujetos a licencia, aunque se exceptuaba su obtención cuando razones de urgencia o excepcional interés público lo exigieran”. “Desde el inicio, la Comunidad ha entendido que la Diputación Provincial cumplió con sus obligaciones de acuerdo con la normativa vigente en cada momento”, justifica la consejería.
A pesar de ello, la licencia parece que nunca existió. El abogado Temboury reconoce que fue una “sorpresa” descubrir que la Comunidad operaba sin licencia. “Nosotros lo que propusimos era subrogarnos a la posición de la Comunidad, en las mismas condiciones, pero la licencia no existe y ahora hay que llevar a cabo otros trámites”, asegura. “No haría falta cambiar la ley. El Ayuntamiento tendría simplemente que concedernos la licencia, cambiando, eso sí, la calificación del suelo, que en estos momentos está catalogado como urbanizable no sectorizado. También se podría hacer un proyecto especial para este tipo de suelo o una modificación puntual del planeamiento. Lo bueno en esta ocasión es que las tres partes tenemos el mismo interés”, finaliza.
Manzanares es hoy un pueblo más triste que ayer. Aunque su alcaldesa se reafirma en que “no viven del turismo”, sino que la mayoría de los vecinos trabajan en Madrid, las calles están frías y desapacibles. En la plaza del Pueblo y las Casas del Ayuntamiento, una cuadrilla de ocho venezolanos se consuela haciéndose fotos con las luces apagadas de la Navidad. Detrás de ellos un operario va quitando las estrellas una a una.
“Daros prisa que se las llevan”, espeta a sus compinches Dixon Díaz, de 33 años. El grupo vino esta mañana desde Alcobendas en moto para ver el castillo y pese a encontrárselo cerrado, no cesa en su empeño. “¿Por la tarde abrirán?”, pregunta una amiga. Dixon, que parece erigirse en líder, asegura que ellos, dadas las circunstancias, se conforman con acercarse a las cosas “todo lo posible”.
“Nos hemos acercado al castillo cuanto hemos podido, nos acercamos al lago también, y luego nos acercaremos a la Pedriza hasta donde seamos capaces”, dice Dixon, porque, añade, tampoco “es cuestión de jugarse la vida”. “Nosotros veníamos equipados para ver un monumento medieval, no para ir al campo”, se despide.
La cuesta de enero
En la Tahona Ideal sobra el pan y sobran los dulces. Su dueña, María Herrero, de 53 años, se lamenta por la cuesta de enero que le espera. “Económicamente, esto se vendrá más abajo, se hundirá aún más si cabe. No había día que no me comprara alguien que venía de visita al castillo. Aquí se tomaban los churros con chocolate por la mañana y, después de comer, se llevaban unas perronillas, tortas de anís o empanadillas veganas”, cuenta. “En el fondo se veía venir. ‘Algo va a pasar, algo va a pasar´, me decía a mí misma. Cuando últimamente veía gente aquí tomando el café por las tardes les preguntaba que si habían ido a ver el castillo. Como me dijeran que no, les advertía de que lo hicieran antes de Navidad o de lo contrario puede ser que no lo pudieran hacer más”, recuerda.
Por lo pronto, en el interior del obrador se escucha cómo su compañero de trabajo, Juan Sánchez, de 53 años, le explica por teléfono a su proveedor de papel para envolver que este año “retrasará el pedido”. “Esto del castillo, ya sabes, no sabemos si va a arrancar o no. Mira que lo siento, pero vamos a vender mucho menos, tengo que esperar a ver hasta qué punto nos afecta”, se justifica. Sánchez asegura que, de su volumen de ventas, el 40% corresponde a los turistas. Trata de animarse pensando que aún le quedan los que vienen atraídos por la montaña y el Parque Nacional, aunque termina indignado por la falta de entendimiento entre la familia de Almudena de Arteaga, el Ayuntamiento y la Comunidad: ”Cuando el orgullo es más grande que el cerebro, estamos como estamos. Primero sin parque y ahora sin castillo. Esto nos afecta a todos y, el que diga que no, miente”.
Antes del cierre, un joven de 24 años con una naranja en la mano izquierda y una maleta de ruedas se acerca hasta el mostrador de la Tahona. No es turista. Se llama Christian y prefiere no decir su apellido. Trabaja, varios días a la semana, en el puesto de la ONCE de la calle de Morales. María le vacila con cariño: “Hoy te has aburrido, ¿eh? Que te he visto con el móvil toda la mañana”. El chico, algo extrañado, dice:
—Pero, ¿qué ha pasado?
—Pues qué va a pasar. Que han cerrado el castillo, Cristian. ¿No ves que no hay nadie?
—No sé. Yo solo miraba al horizonte sin hacer nada.