Una sartén de asfalto en la Puerta del Sol para freír a los viandantes: “¡Dame una sombra, diosito, dame una sombra!” | Noticias de Madrid
Algunos se agazapan en La Ballena como si fuera un iglú. Algunos como Benjamín Martínez, un ex miembro de la Infantería de Marina que llegó como voluntario a la Armada Española hace 60 años desde Guinea Ecuatorial. El coraje que desprende Martínez tras contar todas sus peripecias es el mismo que hay que tener este lunes para dar un paso más de la boca del metro, y salir definitivamente de este refugio de cristal para adentrarse en la Puerta del Sol. Los termómetros de las paradas de autobús se han venido arriba y marcan temperaturas inverosímiles todavía: 60 grados. La Aemet, más rigurosa, apunta a los 37 poco antes de alcanzar la una del mediodía, lo que será la máxima del día. Martínez, de 80 años, se define como un “amigo de la Puerta del Sol” pues pasa por aquí “día sí, día también” para visitar a unos amigos dominicanos que regentan una zapatería por Gran Vía. El hombre tiene claro que prefiere desafiar a los vigilantes de seguridad que le impiden estar en el interior de la salida del metro —para evitar que se acumule la gente— a poner un pie en el asfalto antes de tiempo.
Martínez espera a alguien, no dice a quién, que se retrasa; y él lo celebra, “que tarde lo que tenga que tardar”. “La plaza es insoportable, solo se puede estar de paso. No sé en qué estudios se basan estas remodelaciones. Me parece más una cosa política, de romper con lo que hizo el anterior. Cuando todo el mundo te está diciendo que es incómodo estar aquí por algo será. Falta escuchar, creo yo”, opina. Fuera se encuentra la gran polémica de este inicio de verano en un Madrid asfixiado por el calor, la de los 32 toldos colocados por el Ayuntamiento de Madrid con unas aparatosas estructuras de acero que, por el momento, parecen contar con pocos adeptos a pesar del desembolso de millón y medio de euros.

Si hay alguien que sabe de toldos en el kilómetro cero de Sol, ese es Javier Llerandi, gerente de la histórica tienda de abanicos, paraguas y sombrillas Casa de Diego, en la esquina con Montera, que vive en verano su temporada alta con la llegada del calor. El toldo de su establecimiento, abierto en 1858 con la primera remodelación de la plaza, está protegido según él por patrimonio y es por eso que todos los demás que se van instalando deben imitar el tono beige del suyo. Así, los que acaba de colocar el consistorio, también han tenido que plegarse a esta circunstancia. Además, Llerandi es miembro de la asociación de comerciantes Preciarte, que engloba a los comercios de Sol, Preciados, Arenal y la calle Carmen. Esta organización fue pionera en la instalación de toldos para dar sombra a los viandantes. “Lo hicimos ya en el año 86″, dice Llerandi señalando las tres calles aledañas que están cubiertas. Todo se lo costean ellos. Esta dilatada experiencia llevó al Ayuntamiento de Madrid a pedirles consejo cuando aún estaban estudiando cómo cubrir la plaza. “Yo les di mi opinión, que en esencia es emular nuestro modelo, que funciona bastante bien. Luego hicieron lo que quisieron. También es cierto que Patrimonio Nacional pone muchas pegas y hay limitaciones, burocracia…”, explica Llerandi. “Estos toldos son un monstruo. ¿Dónde está la sombra? Esto es una cabezonería de alguien… que solo está dando problemas. La idea de crear sombras es, en parte, dirigir a las personas. Todos los toldos los han colocado sobre unos bancos que son como sartenes, hay que ser valiente para sentarse ahí. Lo que generan es estacionamiento, mientras que lo que realmente interesa es el tránsito de las personas, y en esas zonas no hay ni una sombra”, añade.
“La polémica sobre la distribución de sus elementos viene de largo”, cuenta Ramón Andrada, vocal de Patrimonio de la Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos de Madrid. “En el COAM se han venido celebrando concursos los últimos años para su remodelación. Que yo recuerde no se han planteado sitios de sombra con árboles, entre otras cosas porque desde que se hace el metro la Puerta del Sol está vacía por debajo. Es complicado tener ahí grandes árboles que puedan arrojar una sombra, por eso se ha optado por los toldos, que empezaron a ponerse en la zona curva, donde las zonas comerciales, eso se ha ido perdiendo con los años“, apunta. Andrada pone el foco también en los requerimientos técnicos y de seguridad que hay que cumplir. ”Estas medidas de seguridad tan altas hace que sus cálculos puedan parecer a veces excesivo, que sorprenden un poco, como sucede por ejemplo con el Retiro, que está cerrado en plena ola de calor. Será la ciudad la que compruebe si es una solución acertada o no“, reflexiona. ”La cuestión es cómo adaptarse a los cambios, como por ejemplo al aumento de temperatura en las ciudades. Es algo que tiene que estar en constante atención. Las plazas estacionales con arena y árboles son las que queremos todos, pero hay zonas donde es inviable. La ciudad, por definición, es lo contrario de la naturaleza”, finaliza.

Daniela V., de 56 años, trabaja como comercial autónoma junto a la tienda de Vodafone vendiendo tarjetas para móviles. Lleva un paraguas para cubrirse la cabeza, una camisa de manga larga y un pantalón ajustado hasta los tobillos a juego con sus dos zapatillas traspirables. “En las anteriores que tuve se derritió la suela. Las guardo de recuerdo en mi casa de Aravaca”, afirma. Daniela viste de largo porque quiere evitar al máximo el contacto con el sol. “No solo te quemas con el impacto directo, cualquier reflejo te afecta. Me ha llegado a salir sangre de la piel”, continúa. “Todavía no he conocido a nadie que me defienda esta remodelación. Antes había dos fuentes grandes. Quieras que no aportaban algo de fresquito. Lo que tenemos es un espacio diáfano donde cada dos por tres ponen conciertos. Parece esto un festival. Y para colmo los toldos, yo trabajo aquí y no me entero de la sombra que dan. Parece que los han puesto para los que salen perdidos del metro”, finaliza.

Para calmar el sofoco, la familia Alzamora puso rumbo al kilómetro cero. Dirigidos por Ana, de 43 años, el grupo —compuesto por su hermano Roy y sus respectivos hijos y primas— llegó a la Puerta del Sol pensando que habría una fuente donde poder beber. El grueso, salvo Roy, ha llegado esta mañana a la estación de Atocha desde Barcelona, donde residen. Llevan desde las nueve y media andando sin descanso. Parecen algo desquiciados cuando comprueban el panorama. Ana, que tiene decidido que pasarán la tarde en el parque del Retiro, debajo de los árboles que no encuentran aquí, exclama:
—¡Danos sombra, diosito, danos sombra!
El resto ríe, aunque acto seguido se ponen serios y preguntan si es posible encontrar un lugar cerca de ahí donde el sol no caiga directo sobre ellos. Ana, como para convencerse de la decisión que tomó al establecerse en la ciudad condal, le dice a su hermano con retintín: “Barcelona es mejor, Roy. Plaza Cataluña no tendrá toldos, pero tiene árboles, allí te sientas y no te quemas el culo”. Entonces Roy enmudece y mira el escudo de su camiseta, el del Real Madrid, como empezando a dudar.