Customize Consent Preferences

We use cookies to help you navigate efficiently and perform certain functions. You will find detailed information about all cookies under each consent category below.

The cookies that are categorized as "Necessary" are stored on your browser as they are essential for enabling the basic functionalities of the site. ... 

Always Active

Necessary cookies are required to enable the basic features of this site, such as providing secure log-in or adjusting your consent preferences. These cookies do not store any personally identifiable data.

No cookies to display.

Un crimen por una simple palabra: el veredicto de asesinato de un joven boxeador abre la puerta a tres prisiones permanentes revisables | Noticias de Madrid


“Mirad lo que me han hecho”. Esto es lo último que dijo Gabriel Kraus antes de morir desangrado por las puñaladas a sus 20 años en un piso de Madrid en agosto de 2021. Su cuerpo cayó y alrededor quedaron algunas latas de cerveza de la fiesta que estaba celebrando con sus amigos aquella tarde corriente y sus huellas ensangrentadas en el resquicio de la puerta de la cocina. Sus asesinos dejaron uno de los machetes usados en el ataque entre unos matorrales de un solar cercano a ese bajo del barrio de Prosperidad. La Bestia, Joseo y Panda, tres de los acusados por ese crimen que ahora tienen entre 23 y 26 años acaban de ser considerados culpables del asesinato cometido en el seno de una organización criminal, los Dominican Don’t Play. Este veredicto abre la puerta a que se les condene a tres prisiones permanentes revisables en un mismo juicio, algo inédito hasta el momento y un hito en la lucha contra la violencia de las bandas juveniles. Ante ellos se asoma una perspectiva de salir de prisión con más de 50 años.

Gabriel había quedado ese día de verano con varios amigos en una vivienda en la calle de Sánchez Pacheco. Las cámaras de seguridad de metro registran su llegada a la zona en metro, ataviado con una camiseta de tirantes roja, que dejaba ver sus esmerados brazos de boxeador. El joven era una promesa de este deporte y había participado ya en varias competiciones. Esa camiseta fue después mostrada al jurado como prueba del crimen, solo que estaba rasgada por todas las puñaladas y machetazos que recibió el día de su muerte.

Gabriel, con el puño en alto, en una imagen facilitada por su madre.

Sobre las siete de la tarde, el joven salió a la entrada del domicilio con otros invitados al encuentro cuando vio pasar a un grupo de chicos, algunos de ellos menores. En una decisión seguramente equivocada profirió una expresión típica de una banda juvenil llamada Bloods. Él no pertenecía a ninguna banda, lo hizo como una provocación. Fue una decisión equivocada, probablemente, pero que no debería haber sido mortal en una lógica normal, pero sí en el sinsentido de las bandas. Los chicos, miembros de los Dominican Don’t Play se encararon con él, pero no tenían nada que hacer frente a un joven fornido que sabía muy bien cómo defenderse. Así que se marcharon a por refuerzos.

En apenas unos segundos, los móviles de los implicados se activan con llamadas y mensajes. “Hay Trinitarios en la zona”, se comunican. Es una señal clara de que hay que atacar. Se dan las coordenadas y reúnen las armas. Los investigadores de la Brigada Provincial de Información analizaron medio centenar de imágenes de cámaras de videovigilancia y comprobaron que hasta 18 cámaras recogieron el recorrido de todos los participantes en la agresión. La de un comercio, las del transporte público, la de un cajero, la de una comunidad de vecinos. Es un recorrido hacia un destino mortal. A uno de ellos incluso se le aprecia cojear. Los agentes saben perfectamente que ese andar torpe es una señal inequívoca de llevar un machete en la pernera. Los policías especializados en bandas conocen a todos sus miembros al dedillo y acabaron relacionando a los jóvenes que salían en esas imágenes con los registros policiales y las fotos de sus redes sociales.

Portal en el que sucedieron los hechos, en la calle Sánchez Pacheco de Madrid.

Llegan a la calle donde Gabriel les había soltado ese grito absurdo, llaman a la puerta y dicen que salga Gabriel. Él lo hace, ignorante de las intenciones fatales con las que llegan sus atacantes. Empiezan a agredirle y él se defiende con sus puños. Tanto, que a uno le deja la cara ensangrentada. Pero la jauría es superior a él, además, las manos no contrarrestan el filo de las navajas y los machetes. “Si no hubiera sido por la participación activa de todos, nunca habrían podido acabar con él por su condición física y sus conocimientos. Estaba rodeado, no podía huir”, expresarían después uno de los investigadores policiales en el juicio, celebrado en marzo en la Audiencia Provincial. Los amigos de Gabriel cierran la puerta aterrados por la escena y, sin querer, dejan a Gabriel en la calle, solo ante una muerte segura. Pasados unos segundos vuelven a abrir, pero es demasiado tarde. Un cuchillo ya ha penetrado en su corazón. Logra dar unos pasos antes de caer desplomado y decir esas últimas palabras: “Mirad lo que me han hecho”. Sus antebrazos estaban llenos de los cortes producidos por las armas, al tratar de defenderse.

Los atacantes tiraron un machete con su funda y un cuchillo a un solar. La policía fue capaz de recuperar ADN de La Bestia en esos objetos y cree que es el que da el último machetazo a una víctima a la que le queda apenas con un soplo de vida. Uno de los menores agresores perdió una camiseta durante la reyerta y uno de los amigos de Gabriel la guardó pensando que pertenecía a alguien de su grupo. Sin saberlo, había almacenado una prueba fundamental, porque las fibras de esa camiseta fueron halladas dos meses después en la mochila de un pandillero detenido por otra pelea, lo que también lo situó en la escena. Así, poco a poco, se fueron dibujando los rostros de los agresores que se abalanzaron sobre Gabriel.

En el juicio, un antiguo jefe de los acusados, apodado Puma, compareció como arrepentido y señaló a sus exsoldados como los autores. En concreto, recordó una escena erizante en la que varios de ellos se atribuían la autoría de la puñalada mortal, algo que, en el mundo pandillero, suma galones. “Joseo dijo que había sido él, que cuando sacó el cuchillo había sangre negra, que era la del corazón”, contó. Puma, que declaró tras un biombo que lo ocultaba, contó que había tenido que marcharse de Madrid por temor a posibles represalias. Los acusados aseguraron que habían ido ese día a un parque cercano al lugar del crimen para grabar un videoclip y solo uno reconoció estar presente en la reyerta que terminó con la vida de Gabriel. “Me caí, cerré los ojos y pensé: ‘Que acabe todo esto”, aseguró Panda. Él atribuyó la puñalada mortal a uno de los atacantes menores de edad. Los investigadores creen que fue él quien empezó a darse puñetazos con la víctima.

Tres menores fueron ya condenados por el asesinato a cuatro años de internamiento en régimen cerrado en un centro de menores. La pena para los mayores de 18 será mucho mayor. Durante una larga lectura del veredicto, el portavoz del jurado popular ha transmitido este jueves la decisión de los nueve ciudadanos que durante dos semanas han escuchado la narración de los minutos en los que se decidió la muerte de Gabriel. El jurado los considera responsables de asesinato y miembros de los Dominican Don’t Play, lo que supone que el juez podrá condenar a los acusados a prisión permanente revisable, tal y como pide la Fiscalía y la acusación.



Source link