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¿Qué tienen en común la antorcha olímpica y Lady Gaga?
El Louvre.
Sin ser originarias de París ―llegando las dos como brillantes invitadas―, allí han tenido momentos estelares últimamente. La artista, con su actuación a las orillas del Sena en la inauguración de los Juegos Olímpicos; y la llama, con ese encendido del pebetero y ese relevo entre Zidane y Nadal, que se podía leer en clave madridista, que no madrileña. Antes de todo eso: la antorcha fue paseada por los museos de la capital francesa, Louvre incluido, ahí quedó inmortalizada, en sus galerías y cómo no, con la reina del museo, la Mona Lisa. Después de todo eso, en concreto la semana pasada, Lady Gaga lanzó un videoclip, The Joker, donde se pasea en soledad por el museo, se para ante la Gioconda, la observa y… con un pintalabios le dibuja una sonrisa sobre el cristal protector y aquí llega otra coincidencia.
¿Qué tienen en común la Mona Lisa y el Joker? (fácil, ¿no?)
Unas sonrisas que han hecho correr ríos de tinta. Y que ahora, de la mano de Lady Gaga, se han unido. Ella ha publicado Harlequin, un disco complementario a Joker: Folie à Deux, la película de Todd Phillips que coprotagoniza con Joaquin Phoenix, que se estrena este viernes. En el vídeo, caracterizada como su personaje, Harley Quinn, otra coincidencia aunque me temo que nada casual, pasea por el Louvre hasta encontrarse con su objetivo. ¿Es posible ver un trabajo audiovisual en las galerías del Louvre y no pensar en Godard y su Banda aparte? Veo el vídeo y me planteo si sería posible algo así en España, en Madrid. Ojalá, tres primerísimos espadas al mismo tiempo en el mismo lugar. Coinciden una película esperadísima, una estrella internacional y uno de los museos más importantes del mundo, que en nada (el 16 de octubre) inaugura una sugerente exposición dedicada a los locos a lo largo de la historia Figures du Fou. Du Moyen Âge aux Romantiques. Que ni pintada. Maravillosa sinergia. Todos ganan, unos son altavoces y escaparates de los otros: cine, música y exposición, todos para uno y uno para todos. Ahí está la Gioconda con la sonrisa de Joker pintada por Lady Gaga como imagen de las redes sociales del Louvre, la cara del museo. Y no creo exagerar si pienso que la Mona Lisa no es solo imagen del Louvre, lo es también de París, y París es, de alguna manera y según para qué, imagen de Francia.
Y para salir del país vecino y hablar de aquí, de Madrid: ¿Qué tienen en común las autoras de Bad Romance y de Un ramito de violetas, historias de amor fallidas aparte?
Tanto Stefani Germanotta, Lady Gaga, como Evangelina Sobredo Galanes, Cecilia, han grabado videoclips en museos. Del de la estadounidense ya he hablado, en la memoria permanecen las imágenes de Apeshit de Beyoncé y de Jay-Z, también rodaron en el Louvre y no exento de polémica. Más olvidado está el de Dama dama, de Cecilia, cuyo escenario son las distintas estancias del Museo Cerralbo, en una de ellas se enciende un cigarro. Puede que en los setenta no llamase la atención, que la sociedad lo tuviese asimilado como gesto habitual. Hoy es impensable. Como lo es que Lady Gaga, como si se creyese Duchamp, pinte sobre el cristal de la Gioconda. Hecho que el Louvre se apresuró a explicar que era “pura ficción” y que en ningún momento había corrido peligro la obra. En estos casos, además de apelar a la inteligencia del espectador —un vídeo musical es ficción—, no está de más recordar lo obvio. Ser didáctico nunca viene mal. Ojalá el Louvre —o quizá debería decir Francia, la decisión puede que supere al museo— le dijera a la Gioconda lo mismo que Harley Quinn le dice a Joker al final del tráiler: “Quiero ver tu verdadero yo” y los restauradores le dieran un lavado de cara para que se volvieran a ver los colores que promete cualquier leonardo en su máximo esplendor.
¿Qué tienen en común Sílvia Pérez Cruz y Residente cantando en el Prado y quienes se hacen llamar activistas ambientales pegándose a los marcos de Las majas? La constatación de que los museos y las piezas que atesoran son objetos de deseo. Magníficos escenarios tanto para una reunión de mandatarios de la OTAN, para artistas internacionales —déjenme soñar e imaginarme a Miley Cyrus cantando Flowers en Vistiendo un jardín, las exposición del Museo del Traje que acaba de terminar— o para protestas por distintas causas. Véase la diferencia entre los afectados por el envenenamiento con aceite de colza, que, como protesta, extendieron en octubre de 2021 una pancarta ante Las meninas sin tocar ninguna obra; y quienes, en noviembre de 2022, se pegaron al marco de Las majas para defender el clima (y atacar el patrimonio, cuando se pueden defender las dos cosas a la vez). Nunca hay riesgo nulo, y menos si se tocan las obras.
Pero, ¡ojo!, ¡hay una coincidencia más! El Louvre no ha sido el único museo visitado por Joker. Se acaba de publicar Joker. El mundo (ECC), un cómic en el que varios dibujantes de diferentes países llevan a Joker al suyo y allí crean una historia protagonizada por este antagonista. David Rubín lo trae a Madrid, un paraíso para él ya que considera que la corrupción, la mentira y la maldad campan a sus anchas. Lo lleva al Prado y allí, en la sala de las pinturas negras de Goya, comienza la fechoría, por llamarla de alguna manera y para no destripar más de Joker en Madrid.
Ojalá tuviéramos a Batman porque, como dice Lady Gaga, siempre hay un Joker.