Se busca monja extranjera para rescatar convento en Madrid | Noticias de Madrid
Un kilo de pastas de té, otro de naranjines y medio kilo de pastas de almendra es lo que pide un turista americano a través del torno del convento de Las Carboneras del Corpus Christi, en la madrileña calle del Codo, en lo que se conoce como el Madrid de los Austrias, en pleno corazón de la ciudad. Tocar el timbre para comprar dulces preparados por las monjas de clausura se ha convertido en una atracción más para los turistas, que graban emocionados para sus redes sociales cómo una voz al otro lado de un torno les cobra mientras aparecen las pastas en la ventana casi por arte de magia, como si nadie las hubiera puesto ahí.
La voz al otro lado de la pared pertenece a una de las ocho monjas de clausura que viven en el convento. Cinco son indias y tres españolas, dice. La más joven tiene 42 años y la mayor, 92. La que atiende este miércoles es sor María Cristina, de 62 años. “Hemos venido porque teníamos vocación, y aquí faltaba”, asegura la monja, que lleva 40 años de clausura en este convento. Cuando ella llegó, eran más de 30, pero ahora solo quedan ellas. “Somos cuatro indias las que trabajamos haciendo galletas. Los días que no vendo, estoy haciéndolas”, explica mientras, algo apurada, va de una puerta a otra del convento para atender a unos turistas que llegan en goteo incesante.
A 50 metros, por otra entrada de este histórico edificio, se ha abierto un local llamado El Jardín del Convento. En él se venden dulces, mermeladas y repostería elaborada por monjas de toda España. La dependienta no duda en afirmar que la mayoría de las religiosas que hacen estos productos son extranjeras, como las Carboneras.

Aunque nadie en la Iglesia católica maneja cifras actualizadas sobre cuántas monjas extranjeras rezan hoy tras los muros de los conventos madrileños, parece claro que la época dorada en la que España era potencia mundial de religiosas de clausura ha quedado ya muy atrás. Desde hace al menos un par de décadas, monasterios y conventos de clausura languidecen en silencio, con lo que para resistir han tenido que importar novicias desde la India y Latinoamérica. El fenómeno viene de muy atrás. Ya a finales de los ochenta, Mario Tagliaferri, entonces nuncio del papa en España, se vio obligado a publicar un documento oficial para prohibir esas peculiares prácticas de captación vocacional. Sirvió de poco. Hace apenas nueve años, el mismísimo papa Francisco tuvo que prohibir reclutar monjas de fuera. Y eso que los últimos datos oficiales publicados aseguran que solo una de cada cinco monjas en España proviene del extranjero.
Son cifras que quedan muy en entredicho cuando se habla con las propias religiosas o se pregunta a los expertos. En Madrid hay 28 conventos y monasterios de clausura habitados por alrededor de 300 personas, el 75% de ellas monjas, según datos publicados por el Arzobispado. Sin embargo, hay congregaciones enteras de monjas extranjeras. Por ejemplo, la Comunidad del Cordero, una orden perteneciente a los dominicos, llegó a Madrid hace 15 años desde Francia. Las siete “hermanitas”, como se describen en su web, han vivido hasta hace no mucho en la Capilla del Obispo, un impresionante monasterio del siglo XVI ubicado en la Plaza de la Paja, declarado Patrimonio Nacional. Recientemente, tal y como advierte un escueto mensaje escrito a mano y dejado en la entrada de la capilla, se han mudado, con no poca polémica, a un terreno valorado en ocho millones de euros y con 3.000 metros cuadrados ubicado en el barrio de Usera.
En el convento de las Trinitarias Descalzas, en el barrio de Las Letras, viven 12 monjas de clausura, de las cuales siete son de Perú y cinco son españolas: una vez más, no encaja esa proporción de una monja extranjera por cada cinco españolas que refleja la Iglesia en sus datos oficiales. Sor Alicia, de 44 años, llegó hace 15 años desde Lima. “Aquí faltaba vocación. Yo formaba parte de la misma federación en mi país, y nos ofrecieron venir a Madrid. Nos dijeron que, si no nos gustaba, podíamos regresar”, cuenta. Al final, decidió quedarse: “En el fondo, es lo mismo. Estamos en clausura, solo que más lejos. Eso no quita que no seamos felices”, dice. Ahora se dedica a hacer bordados para mantenerse dentro del convento.
Lo mismo ocurre en el convento de las Clarisas en Carabanchel. En total son ocho, y la mitad son peruanas, asegura una de ellas por teléfono. “Llegué hace 21 años de Lima y me quedé. Ahora vendemos bordados por redes sociales porque somos autónomas”, comenta.
En efecto, las monjas de clausura están registradas en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA) de la Seguridad Social, al que fueron incorporadas mediante un convenio en 1981. En otro posterior, de 1984, se les reconoció el derecho a asistencia sanitaria y pensión. Pero sobre esto tiene algo que decir la Asociación Extramuros, una ONG que ayuda a los religiosos que renuncian a serlo a hacer la transición a la vida laica. Su presidenta, Hortensia López, denuncia que muchas veces las congregaciones religiosas no cumplen con sus obligaciones fiscales con la diligencia debida. “No hay datos exactos de cuántas monjas hay por negligencia de sus superiores. La ley las obliga a cotizar, pero muchas veces no lo hacen, y no existe ningún tipo de vigilancia”, afirma.
Opina lo mismo la argentina y mediática Sor Lucía Caram, de 58 años. Forma parte de la fundación del convento de Santa Clara, y explica que, aunque es obligatorio que las monjas coticen a la Seguridad Social como autónomas para que el día de mañana su subsistencia esté asegurada, muchos conventos no lo hacen. “Esto, en el caso de las monjas extranjeras, es más peligroso, porque a muchas no les hacen papeles. Algunas han terminado en la calle, incluso en la prostitución”, relata.
“No es ético traer monjas de otros países para salvar monasterios”, asegura la religiosa, que recuerda que una exhortación del Papa, un documento oficial de la Iglesia, obliga a los conventos con menos de seis monjas a cerrar. Por ello, relata, la solución que encontraron algunos conventos hace años fue importarlas. “Esto empezó a finales de los 90. Había personas encargadas de traer monjas indias para mantener estructuras que ya no dan para más. Fue el inicio del tráfico de monjas”, cuenta Caram. Y aunque en algunos sitios esto ha funcionado, en otros ha generado gran preocupación en el seno de la propia Iglesia debido a que muchas han querido marcharse y han terminado viviendo en la calle sin papeles. José Manuel Vidal, director de Religión Digital, es claro al afirmar que esto es un problema. “La Iglesia española siempre fue la primera potencia mundial en vocación, y ahora ha llegado a un punto en el que la sangría vocacional se nota hasta en las monjas de clausura”, señala. Ante este panorama, cuenta, la Iglesia empezó a sacar a monjas de sus países de origen para traerlas a Madrid y mantener sus conventos. Para muchas de estas religiosas, provenientes de familias con pocos recursos, aquello representaba la oportunidad de tener una vida mejor. “El principal problema es el de desencarnar una vocación que es auténtica y trasplantarla a un contexto y un país que no tienen nada que ver. Esto es mercantilismo aplicado a las estructuras eclesiásticas”, afirma.
Los expertos coinciden en que, en muchos casos, las monjas extranjeras venían buscando papeles, algo perfectamente conocido por unas congregaciones que se valían de esta necesidad para practicar el chantaje: regularización a cambio de obediencia. Primero, explica López, las congregaciones les dicen a las monjas que para hacer sus votos perpetuos tienen que pasar siete años de prueba. Finalmente, muchas acaban siendo sometidas por unas jerarquías eclesiásticas que tratan de mantener a la fuerza su estatus de dependencia.
Vidal hunde el dedo en la llaga al hablar de nuevo de prostitución. “Siempre ha sido un tema tabú. Nunca se han querido dar datos oficiales”, denuncia. “La vocación debería desarrollarse en el país de origen. Lo otro es compraventa de personas. Madrid siempre ha sido una potencia mundial en vocaciones, y eso está tan sobredimensionado que se ha querido volver a la fuerza a las cifras de la época de oro, aunque sea a base de importar monjas”.