Lobato, el verso suelto devorado por la desconfianza y las luchas cainitas del PSOE | Noticias de Madrid
Octubre de 2021. Juan Lobato (Madrid, 40 años) calza unas deportivas, viste una sudadera verde, y ordena todo lo que han dejado desperdigado sus hijos por el jardín de su chalet de Soto del Real, al que llega tras ver el fútbol con unos amigos. Nada indica que ese hombre espigado acabe de ser elegido como secretario general del PSOE de Madrid. Lobato pareciera un outsider. Y sí, es un verso suelto: como ha sido elegido tras la debacle de las autonómicas de 2021, en las que gana Isabel Díaz Ayuso (PP) y Más Madrid logra liderar la oposición, Lobato plantea modular el mensaje del PSOE con propuestas que atraigan a nuevos votantes más al centro, sin perder las esencias socialistas. Con el tiempo, incluso se aventura a desmarcarse de proyectos del gobierno de Pedro Sánchez para ensanchar su base electoral en Madrid. Que esa estrategia genera tantas críticas como adhesiones internas queda reflejado en el retrato que dibujan de él sus compañeros cuando este miércoles dimite como su líder. “Muy ambicioso”. “Iluso, ingenuo, crédulo, no acompasa sus deseos a la realidad”. “Una buena persona”.
“Ha tenido otra forma de hacer política. Con sus luces y sus sombras”, le describe uno de sus colaboradores más cercanos. “Me ha gustado su honestidad, compromiso y respeto a lo que cree, incluso cuando no lo comparto”, sigue. “Ha sabido tener un discurso propio, que sintoniza más con lo que quiere hoy la sociedad, una izquierda que mire a la realidad social que vive hoy, y que no se ancle en estereotipos, en ver la sociedad con ojos de ayer”, disecciona. “Eso él lo ha entendido”, destaca. “Ha tenido ingenuidad, la ingenuidad de creer que eran posibles cosas que no lo eran”, describe. Y lamenta: “Eso explica muchas cosas, como la [poca] capacidad de interlocución con el partido [a nivel nacional].
Pero solo hace falta echar la mirada atrás cinco meses para cotejar que con esa visión dulce de Lobato han convivido otras mucho más ácidas.
“Hay tibieza, no se tiene demasiada gana de hacer postulados de izquierda, y eso me preocupa”, dice, así a las claras, Javier Ayala, el alcalde de Fuenlabrada y rival derrotado en primarias por Lobato, durante una conversación con EL PAÍS.
“Nos faltan posiciones más firmes desde el punto de vista de la izquierda, y así nuestra posición de izquierdas queda debilitada”, coincide Sara Hernández, la alcaldesa de Getafe.
Huérfano del apoyo de los dos principales alcaldes socialistas de la región, y enfrentado abiertamente con La Moncloa al insinuar que registró ante notario los mensajes intercambiados Pilar Sánchez Acera, la jefa de gabinete de Óscar López, por miedo a que el equipo de Sánchez le estuviera tendiendo una trampa al transmitirle un email del caso que afecta al novio de Ayuso, Lobato acaba su mandato solo. Dio igual que movilizara al partido ante la declaración de la esposa del presidente, Begoña Gómez, en la comisión que investiga en la Asamblea regional el supuesto “trato de favor” que recibió en su relación laboral con la Universidad Complutense. Demasiado tarde. Su relación con el núcleo duro de Sánchez ya había llegado a un punto de no retorno.
“Pregonaba la política sin agresión, nunca he visto a nadie que se autodescribiera más”, le afea un representante del sector crítico con el ya exsecretario general, que acostumbraba a recoger constantemente en sus discursos sus ofertas de mano tendida al gobierno de Ayuso, a la que le dirigió más de 20 cartas en un año. “No ha tenido la sensibilidad de intentar aglutinar, de atraer al que ha estado en una posición diferente, y por eso me sorprende que ahora se lleve las manos a la cabeza”, explica en referencia a que Lobato se quejara de haber sido sometido a un linchamiento por parte de sus compañeros. “Es muy ambicioso políticamente, y le encanta meterse en debates que no son suyos, buscando espacios que no son suyos, propios de un secretario general autonómico”.
Técnico de Hacienda, padre de tres hijos, y exalcalde de Soto del Real, donde estudió, Lobato hizo de las políticas de conciliación uno de los ejes de su propuesta política, también con polémica, como cuando propuso abrir los colegios públicos once meses al año. Cada mañana, comentaba, era él quien llevaba a los niños a clase, pues su mujer trabaja desde muy temprano en televisión. Como padre de familia numerosa y líder político, su agenda era asfixiante.
Error de Ayuso
“Ha demostrado gran capacidad de trabajo, ha estado muy en el terreno, porque ha pasado por prácticamente todos los municipios en varias ocasiones”, le describe uno de sus aliados internos. “Le considero buena gente. Es una buena persona”, subraya. “Esto ha acabado de forma abrupta, y por eso es una lástima que no haya dado tiempo de que su proyecto cuajara”.
Envuelto en un trajín constante, su análisis político de Madrid era descarnado: el PSOE tenía que cambiar porque llevaba sin gobernar desde 1995; ni siquiera la concentración de los votos en la izquierda en sus siglas garantizaría desbancar al PP; y para cambiar de ciclo político, opinaba, era necesario que Díaz Ayuso cometiera algún error no forzado.
Quizás buscando ese resbalón de su rival enseñó Lobato el 14 de marzo en el pleno de la Asamblea el correo en el que el abogado de la pareja de la presidenta, Alberto González Amador, reconocía que este había cometido dos delitos fiscales. Ahí lo usó para acusar a la presidenta de mentir. Meses después, y al ver cómo el Supremo encausaba al fiscal general del Estado en su investigación sobre la filtración de ese email, registró ante notario la conversación con el cargo de Moncloa que se lo había hecho llegar a él, y en la que se le aseguraba, según su versión, que se había obtenido lícitamente, a través de los medios de comunicación. Una apuesta que este miércoles ha precipitado su salida, sin que se sepa quién filtró que había registrado sus mensajes ante notario. En perspectiva, el error no forzado que esperaba de Ayuso lo acabó cometiendo él.