Las víctimas madrileñas de los aranceles: “De Trump no hablamos en el trabajo” | Noticias de Madrid
A las 7 y media de la de la mañana todavía hace frío en la planta de Mahou San Miguel en Alovera, en Guadalajara, en los límites con la Comunidad de Madrid. Mono de trabajo, tartera en la mano y caras de sueño caminando por el aparcamiento. Unos de corbata y otros con el pantalón de bolsillos y el forro polar fosforito. A juzgar por la actividad que se vive a estas horas frente a la entrada principal se diría que Donald Trump no ha puesto al mundo al borde del ataque de nervios cuando anunció aranceles para los productos de medio mundo porque no dejan de llegar albañiles con el casco y las herramientas para trabajar en el nuevo edificio en construcción. Actualmente, esta planta da 600 empleos directos y otros 800 indirectos y es la más grande de España y la tercera de Europa en producción cervecera.
Ernesto, empleado en la cadena de montaje de 40 años, entra con buen ánimo a la fábrica este martes: “No hablamos de Trump en el trabajo. Todo está tranquilo y seguimos trabajando como siempre”, dice antes de entrar. Actualmente, Mahou exporta a 70 países y su mercado principal es Europa, sobre todo Reino Unido, pero su habilidad fue que hace tiempo apostó por Estados Unidos y tiene tres fábricas allí, precisamente lo que pretende Trump con su puñetazo en la mesa, y acaba de comprar otra de cerveza artesanal. Sobre el ambiente que se respira dentro, Ernesto cree que “el año pasado estábamos más preocupados que ahora por la sequía. Nos hace más daño las sequías que los aranceles”, dice antes de enfilar el monstruo humeante que se levanta junto a la carretera.
A 68 kilómetros de ahí, en el extremo opuesto de la Comunidad de Madrid, el movimiento a las puertas de la multinacional Acerinox en el polígono industrial de Pinto, se limita a algunos camiones. La tranquilidad parece la nota reinante en un ‘no lugar’ de fábricas de plásticos, naves industriales separadas por calles con bordillos perfectos y señales de tráfico dispersa. En Acerinox vienen del futuro y van por delante en el shock, en concreto los 26 días que separan el 12 de marzo, día que Trump anunció un 25% de aranceles para el acero y el aluminio, y el 3 de abril, que impuso una medida similar a medio mundo.

Acerinox es una de las principales productoras de acero inoxidable a nivel mundial y da trabajo a más de 8.000 trabadores, un cuarto de ellos en Cádiz. Aunque el 70% del beneficio bruto de la compañía llega de Estados Unidos, es gracias a su filial North American Stainless (NAS), ubicada en Kentucky. A la hora de comer, la plantilla parece tan tranquila como sus jefes. “Nosotros lo notaremos menos porque producimos también allí”. A Carlos, que sale todavía con la chaqueta fosforita puesta, no parece que Trump le vaya a amargar las alubias del bar del polígono: “Para nosotros es peor una huelga en Cádiz que Trump”.
Según el Ministro Carlos Cuerpo, el 80% de las exportaciones españolas a EE UU estarán afectadas por los aranceles y una de las empresas más golpeadas por Trump está en Colmenar Viejo y el ambiente a media mañana en la Avenida de los Reyes donde está PharmaMar es raro. Nadie sale ni entra de sus instalaciones y solo el vigilante de seguridad explica amablemente que para hablar con los trabajadores hay que llamar a una centralita. PharmaMar, una empresa dedicada a la exportación de medicamentos con origen marino, que da empleo a 300 personas en España, y es una de las más golpeadas debido a su intensa relación comercial con Estados Unidos. Gracias a la distribución en Estados Unidos de uno de sus medicamentos estrella Zepzelca, destinado al tratamiento del cáncer de pulmón, PharmaMar ingresó por royalties 61,3 millones de euros, de los cuales 55,8 millones provinieron de las ventas de Zepzelca en EE.UU. a través de su socio Jazz Pharmaceuticals, lo que supuso un aumento del 15% respecto al año anterior.
A quince minutos y varias rotondas en coche de distancia, el drama se mastica de otra manera. En el polígono industrial de Getafe una empresa sobresale sobre todas las demás. Se trata de Airbus. A las tres de la tarde, la estación de tren ‘Getafe industrial’ es un hervidero de trabajadores con la identificación colgando del cuello. A esa hora se juntan los que se van a casa porque entraron muy temprano y los que fichan del turno de tarde. Según datos de 2020, Airbus, propiedad de los ministerios de Defensa europeos, tiene en España casi 6.000 empleados dedicados a la ingeniería, diseño, producción y montaje de componentes para aviones comerciales y militares de alta tecnología. En esta planta se trabaja en aviones de combate, se hacen modificaciones de aviones militares a civil o se desarrolla el dron táctico SIRTAP, destinado a misiones de inteligencia, reconocimiento y vigilancia.

Jorge Martínez es de los que sale. Trabaja en la parte eléctrica de aviones militares y hoy sale de la fábrica con una sensación agridulce. “A una empresa como esta nos afecta de forma desigual. Estábamos contentos porque Europa había decidido tener un ejército común y eso es bueno para nosotros. Llegan los encargos, crece el empleo… Pero ahora esto de los aranceles, que afectará más a la parte civil”. En este caso, el castigo a Airbus es por las ayudas europeas que recibe. Carlos camina detrás de él con un chaleco fosforito rumbo al tren. “Cuando no es la pandemia es Trump, el caso es que cada vez que sacamos la cabeza del agujero surge algún problema nuevo”, dice lacónico. Sara, que trabaja en logística y le toca hablar mucho con Europa, aclara: “Dentro de la fábrica no hablamos del tema, cada uno está a lo suyo, pero claro que me inquieta a nivel personal”. En los polígonos industriales que abrazan Madrid, los que llegan a trabajar con el túper en la mano cuando sale el sol, lo hacen tan desconcertados como todos. No saben si mañana será el Apocalipsis o un día menos para la Semana Santa.