La tumba que nos acerca a Kafka | Noticias de Madrid


Sección quinta, fila 2. Allí está la lápida: “Alfredo Loewy y Porgés. 18 de diciembre 1852. 28 de febrero 1923″. Un nicho en el patio de la Concepción de la sacramental de Santa María, bajo el sol que la semana pasada achicharraba Carabanchel (y el resto del mundo mundial, como diría uno de los carabancheleros más ilustres, Manolito Gafotas). Qué maravilloso es visitar cementerios, son lugares llenos de detalles, de comportamientos que observar, de historias y de historias que imaginar. En los patios de este camposanto no hay agua corriente, pero sí pozos, de ellos se saca la que se necesita para regar y limpiar. Una se asoma por el brocal y se ve reflejada en el fondo. Cuánta vida da la muerte, qué paradoja.

¿Y quién era el finado? Alfredo Loewy es el nombre castellanizado del hermano mayor de Julie Löwy, madre de Franz Kafka, por tanto, en ese nicho yace el tío del escritor checo, de quien este año y, en particular estos días, se conmemora el centenario de su muerte, falleció el 3 de junio de 1924. La efeméride está plagando los medios de comunicación, sobre todo las revistas y los suplementos culturales ―del mundo mundial (de Der Spiegel a The New Yorker) y de El Mundo Today, que titula una de sus piezas ‘Un infierno burocrático impide a la Fundación Kafka celebrar el centenario de la muerte del autor’―. También hay multitud de actividades que celebran este Año Kafka, entre las que destacan ―y son para todos los públicos― las dos exposiciones del Goethe-Institut, dentro del ciclo Being Kafka (siendo Kafka). Siempre que se celebra esto que se ha dado en llamar Año + inserte el nombre que toque, me pregunto: ¿cómo llega a los ciudadanos?, ¿llega?, ¿les interesa realmente el personaje? Y no, no hablo de los conocedores, en este caso, del caballero de la larga figura ―el autor de El proceso era alto y delgado―, ellos no necesitan fechas marcadas en el calendario. Más allá de que sea uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura en general y del siglo XX en particular, de que influyera en otros tantos autores fundamentales y demás grandilocuencias. ¿Qué relación tiene con la vida de un madrileño cualquiera? Por mucho que se hable y escriba sobre la vigencia y lo estupendamente que se adaptan sus textos a los asuntos del siglo XXI. Algo que sabemos gracias a/por culpa de Max Brod, su amigo a quien le pidió que tras su muerte quemara sus escritos. No lo hizo y 100 años después le celebramos, justo lo que él no quería. Justo como él se sentía, un incomprendido. Y, ¿quién no se ha levantado una mañana siendo Kafka, bueno, más bien, sintiéndose como el protagonista de una obra suya? ¿a quién no le ha pasado lo que cuenta en el comienzo de La metamorfosis alguna vez?: “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregor Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. Plaga de polillas aparte.

Kafka por el ilustrador Roberto Maján.
Kafka por el ilustrador Roberto Maján.Goethe-Institut

Pero no fue Samsa quien unió a Kafka con Madrid. Alfredo Loewy ―Alfred Löwy, para su familia― fue el puente entre la ciudad y el escritor checo, y entre este y los madrileños. A quienes les resultaría mucho más cercano si hubiera cumplido su sueño de venir, como deja ver en sus cartas: “Haré el curso para bachilleres en la escuela de comercio y aprenderé castellano (…). Será bonito que hicieras eso conmigo (…); mi tío debería conseguirnos un empleo en España”, escribe a su amigo Max en agosto de 1907. Puede que se hubiera alojado con Alfred/Alfredo en la calle Mayor, 28. De allí, iba caminando a trabajar, era “director de la Compañía de Explotación de los Ferrocarriles de Madrid a Cáceres y Portugal y del Oeste de España. Estación de las Delicias”, según decía su tarjeta oficial. Uno se lo puede imaginar cruzando la Puerta del Sol para llegar a su trabajo a solucionar algún problema con, por ejemplo, ¡el tren a Extremadura! Esto le acerca, a los extremeños, a los madrileños y al siglo XXI. Y que los problemas de los trenes a Extremadura sean un tema recurrente, lo hace un asunto kafkiano por todos los lados.

Si Alfred/Alfredo no hubiera disuadido la idea de venir a la ciudad de su sobrino, quizá su obra hubiera sido diferente. Menos kafkiana, adjetivo que, según la RAE, describe una situación absurda y angustiosa y el hito no es que desde 2001 la Academia admitiera esta palabra, lo verdaderamente significativo es que le dé una definición más allá del nombre del autor, como hace con cervantino, picassiano, berlanguiano, daliniano… cuyas definiciones no definen si no se conocen las características del creador, ya que se queda en unos vagos: “Perteneciente o relativo a Miguel de Cervantes / Picasso / Berlanga / Dalí…”.

Y no hace falta haberse sentido como Gregor Samsa para que Kafka nos parezca cercano, ni pasar por el número 28 de la calle Mayor, donde vivía su tío, o por la estación de Delicias, donde trabajaba; en sus palabras no es difícil encontrarse:

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“10 de agosto. No escribí nada. 15 de agosto. Día infructuoso. Dormir, aplazar. 16 de agosto. Nada, ni en la oficina, ni en casa”. Diario 1912.

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