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La servidumbre voluntaria del sanchismo


Actualizado

El Gobierno de coalicin ya es solo un fantasma deambulante: roto por el rechazo de la mayora de los socios poco recomendables de Snchez a asumir la poltica de rearme ordenada por Bruselas ante la amenaza de Rusia -la cuestin ms trascendental que afronta desde la crisis del Covid- y finiquitado por su incapacidad para presentar los Presupuestos Generales del Estado. Por la misma razn por la que sigue negndose a convocar el debate sobre el Estado de la Nacin: no soporta que se haga demasiado evidente que la nacin sanchista se desmorona.

Esta desagradable realidad domstica est llevando a Snchez a sus habituales escapadas internacionales para aparentar, sin suerte, ser un estadista de talla. Mientras que su actividad en Espaa se limita a la propaganda, a comprar el voto del entorno de 13 millones de ciudadanos que cobran del Estado, y a desarrollar el manual del perfecto autcrata posmoderno.

Tan cerca de Trump como lejos de la decencia poltica, sus maniobras para poner bajo tutela a grandes empresas, su ofensiva contra el poder judicial y la prensa, su desprecio por la funcin del Congreso, la colonizacin de la Fiscala y la prostitucin del TC mediante la figura infame de Conde Pumpido tratan de destruir aquellos mecanismos de control, consenso y contrapoderes que distinguen a una democracia liberal.

Una demolicin del rgimen del 78 sin ofrecer un modelo alternativo, ms all de la nebulosa confederal que no gusta a nadie. Ni falta que hace, ya que Snchez solo cree en someter a los poderes pblicos y privados para retener el gobierno. O en el caso de perderlo por el inevitable -de momento- veredicto de las urnas, regresar al poder lo ms rpido posible, como hizo Trump.

Igual que pasa en EE UU, en Espaa las maniobras del presidente provocan un debate indignado en algunos medios, cierta gesticulacin gallincea de la oposicin y pocos ms. Ni el socialista se hunde en los sondeos, ni se detecta un gran malestar social ante la violacin de las instituciones por intereses propios. Ms bien, resignacin o complicidad.

Recientemente, para explicar la indiferencia de muchos norteamericanos con las cacicadas trumpistas, el columnista del New York Times David Brooks, referente de la derecha ilustrada, se refera al concepto brokenism, que alude a la percepcin alimentada por los populismos de que el sistema est roto. Este fatalismo otorga a Trump un cheque de impunidad en su campaa contra jueces, fiscales, periodistas… Porque muchos ciudadanos ven normal que, si el viejo orden no funciona y es corrupto, lo pisotee para cambiarlo.

En el caso de Snchez, cuando ataca al poder judicial, presentndolo como una banda de franquistas, fomenta la idea de que es legtima su actuacin contra esta vieja, corrupta y rota institucin, que es lgico que impulse purgas y coloque en puestos clave a personas afines. Como es natural que, si la prensa crtica forma parte de la fachosfera, se defienda con leyes que limitan la libertad de expresin o arruinen a los medios.

Pero hay otro factor que explica el apoyo que todava conserva Snchez: la ideologa. En un pas donde el Gobierno fomenta el choque guerra civilista entre izquierda y derecha, hay muchos espaoles a quienes les parece fenomenal que retuerza la ley, utilice la Fiscala para destruir a Ayuso, convierta RTVE en su TV3, o que castigue a Valencia, si perjudica as a la derecha.

Es la servidumbre voluntaria ante el gobernante, tal como explic La Botie en el siglo XVI, reforzada en este caso por la obediencia ciega de la ideologa.





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