La odisea de Manuel, arrastrado durante una hora por un torrente que le sorprendi en Mlaga: “Logr salir tras agarrarme a unos juncos. No era mi hora”


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El da de la riada, a Manuel Gutirrez lo engull el ro Campanillas, un afluente del Guadalhorce, y la corriente lo arrastr en plena tormenta durante casi 400 angustiosos metros que -recuerda- se le hicieron eternos y en los que luchaba desesperadamente por no hundirse y encontrar algo a lo que agarrarse. Al final, lo consigui, se sujet con fuerza a unos juncos verdes y logr salir. Ha salvado la vida de milagro y, a sus 33 aos, este ciudadrealeo ha vuelto a nacer, comenta a EL MUNDO. l es uno de los afectados por las inundaciones que ha provocado el paso de la DANA por la provincia de Mlaga. En total, los servicios de emergencias realizaron 1100 rescates a lo largo de la semana, incluido el de un ciudadano britnico que muri tras sufrir una hipotermia.

Hoy, an conmocionado por lo vivido, se afana en quitar el barro de su parcela. Situada entre el Guadalhorce y el Campanillas, en la barriada de Santa gueda, en el distrito malagueo de Campanillas, tambin qued anegada al desbordarse ambos ros. Junto a Manuel, su hijo Izan, tiene 6 aos y mira a su padre como al ms grande de los hroes. “Te podas haber ido, verdad?”, le pregunta. “Afortunadamente -dice- no era mi hora”.

Llova a mares

Alrededor de las cuatro de la madrugada la tormenta despert a Manuel, que ya no pudo dormir ms esa noche, se prepar un caf y una tostada y a las 7:50 horas se fue a trabajar. Cuando sali de casa llova a mares y una lmina de agua cubra el suelo, pero no le dio mayor importancia. Eso s, supuso que la carretera estara muy congestionada por lo que, temiendo quedar atrapado por un trfico imposible, decidi tomar el atajo que usan habitualmente los locales para llegar al polgono y que haba recorrido cientos de veces desde que se mud al barrio el pasado mes de enero, explica a este diario. Un camino de tierra que atraviesa el Campanillas, sin otra iluminacin que los faros de su vehculo y los relmpagos.

“En unos segundos, el coche estaba flotando”

Nada ms comenzar a cruzar el cauce, hasta entonces seco, not cmo las ruedas delanteras patinaban y trat de dar marcha atrs. Fue imposible, en apenas unos segundos su coche estaba flotando en el agua y dando bandazos en mitad del ro a merced de la corriente. Llam al 112 pidiendo ayuda y a la madre de su hijo, que en ese momento llevaba al nio al colegio.

En cuclillas en el asiento del conductor vea cmo el agua iba subiendo rpidamente dentro del habitculo hasta llegar primero hasta la palanca de cambios y luego al volante. Baj la ventanilla por si el sistema elctrico se averiaba y no poda hacerlo ms tarde. Las luces empezaron a parpadear hasta que finalmente se apagaron y, en un momento dado, el motor se par tambin. Comenz a gritar pidiendo ayuda pero estaba slo y ni siquiera saba dnde.

Entonces, el automvil se top con algo y se qued parado. Manuel aprovech la ocasin para salir por la ventanilla y subirse al techo. Todo estaba oscuro, aunque ya haba amanecido. Rodeado por juncos de ms de metro y medio y con un cielo cubierto de nubarrones negros, a su alrededor slo alcanzaba a ver el agua turbia del Campanillas bajando a toda velocidad iluminada por los relmpagos, mientras el nivel segua subiendo bajo sus pies. Pensaba en Izan. Algo zarande el coche y lo vio claro, tena que saltar y tratar de alcanzar la orilla o su “combi” comenzara a moverse de nuevo y acabara cayendo. As lo hizo.

La corriente lo hunda

No haca pie, el nivel del ro lo cubra completamente y cada vez que lograba sacar la cabeza, la fuerza del agua lo sumerga de nuevo. Mientras la corriente lo arrastraba notaba cmo le golpeaban cosas, pero Manuel slo pensaba en salvar la vida y en encontrar algo a lo que agarrarse. Lo intent muchas veces, pero los juncos se desprendan o se le escapaban entre los dedos; la corriente era demasiado fuerte. Estuvo a merced del ro durante casi una hora.

Casi no poda respirar, le dolan las manos y apenas le quedaban fuerzas, pero lo logr. Al final, alcanz la orilla. Sinti cierto alivio, pero su odisea an estaba lejos de terminar. Exhausto por el esfuerzo de mantenerse a flote, todava tena que lograr escalar hasta una alambrada de espino por una pared empinada y resbaladiza. La corriente en esa zona ya no era tan fuerte y el agua ya slo le cubra hasta la cintura, aunque no tena mucho apoyo. Bajo sus pies, un barro denso y pesado que hunda con su propio peso. Se estir las mangas del jersey para usarlas como guantes, se agarr al alambre, subi y salt el cercado. “No se cmo pude subir, pero sub”, comenta. “Cuando me vi al otro lado de la alambrada, pens: me he salvado”

Los bomberos todava tardaran en dar con l una hora. Lo encontraron tiritando bajo la lluvia pero, salvo las manos doloridas, no tena ni un slo rasguo. No quiso ir al hospital, slo quera ver a su hijo y darse una ducha caliente.

“Has vuelto a nacer”, le repeta una y otra vez uno de los agentes de polica que lo acompa a casa. Hoy, feliz an, con su casa enfangada, no se saca esa idea de la cabeza.





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