La banda de ladrones de futbolistas adicta a Instagram: escogían a las víctimas que más presumían | Noticias de Madrid


Saltaban la valla, arrancaban el marco de la ventana con un destornillador, se llevaban botines millonarios y, después, acudían a un establecimiento de compraventa del centro de Madrid para malvender las piezas de joyería. Gargantillas de 10.000 euros y pendientes de 6.000 por un tercio de su valor. Es la banda que robó a los futbolistas del Rayo Vallecano Radamel Falcao y el del Real Madrid Rodrygo Goes, pero también a otros seis empresarios y familias pudientes de las urbanizaciones de lujo de Madrid. En ocho meses se hizo con dos millones de euros. Lo que los ponía en la pista de sus futuras víctimas eran sus publicaciones en Instagram, eran adictos a las fotos y los vídeos en los que los jugadores presumían de relojes y joyas.

Se trataba de una banda tranquila, que procuraba no encontrarse con nadie en el interior de las viviendas, por lo que tenía controlados los calendarios de LaLiga, en el caso de los futbolistas, y las rutinas de los miembros de la familia, en el caso de los empresarios. En una ocasión, se toparon con una empleada del hogar, a la que metieron en una habitación mientras ellos hacían su trabajo. En otra, llegaron a permanecer dos horas en una mansión en busca de objetos de valor, mientras los niños y las cuidadoras se encontraban en un salón viendo una película. No se enteraron de lo ocurrido hasta que no vieron las imágenes de seguridad poco después.

La investigación comenzó con el robo en la casa de Rodrygo, en mayo de 2023 en La Moraleja, mientras él jugaba en Sevilla un partido de la Copa del Rey. De ahí el nombre de la operación: Cartuja. La banda se llevó más de 500.000 euros en joyas y relojes. Los agentes del Grupo XI de robos con fuerza de la Policía Nacional en Madrid ataron cabos y se dieron cuenta de que los que habían perpetrado el golpe eran los mismos que lo habían intentado de la misma manera y en el mismo sitio menos de un año antes. En julio de 2022, ya trataron de robar en esa mansión, pero se dieron de bruces con el jardinero y prefirieron abortar la misión. En aquellas imágenes, los investigadores identificaron un coche, en el que una mujer esperaba a los dos hombres que habían entrado a la casa. El vehículo estaba a nombre de uno de los miembros de la banda, un fallo de principiantes que pagaron caro.

A partir de ese nombre, los agentes siguieron tirando del hilo y dieron con el resto de compinches. La banda estaba perfectamente organizada. Dos eran los que siempre entraban a la vivienda, otros tres colaboraban en labores de logística, vigilancia y recopilación de información, la mujer de uno de ellos ayudaba en las vigilancias y a distribuir la mercancía robada y también ha sido detenido el empleado del establecimiento en el que malvendían las piezas de joyería y los relojes. En sus registros, aparecían algunas de ellas adquiridas por un precio de 999, el máximo que se puede pagar en metálico pero infinitamente inferior a su valor real. Los asaltantes siempre iban encapuchados y con guantes y su principal objetivo eran las habitaciones principales de las viviendas, donde estaban los objetos de más valor.

Los ladrones seguían a muchas de sus víctimas en las redes sociales. En esas imágenes, se fijaban en sus futuros objetivos, en sus posesiones, y también controlaban sus movimientos. Cuando uno de los miembros de la banda localizaba una víctima apetecible y con posibilidades, hacía un pantallazo y lo mandaba a los otros miembros de la red para empezar a preparar el próximo golpe. No solo se fijaban en las piezas de valor, sino también en todos los vídeos y fotos que los futbolistas y empresarios o sus familiares subían a sus cuentas. Así, planificaban los mejores sitios por los que entrar, los puntos débiles de las viviendas y cuántas personas vivían en la casa.

Las labores de investigación hicieron posible incluso frustrar otros dos robos. Los policías sabían dónde iban a atacar y desplegaron un importante despliegue preventivo para disuadir a los delincuentes. Uno de estos golpes frustrados se produjo en La Finca, la exclusiva urbanización de Pozuelo de Alarcón, prácticamente un búnker de privacidad y de seguridad de sus cotizados habitantes. “Que intentaran robar allí da una idea de que se iban creciendo e iban perfeccionando sus golpes cada vez más”, señala una de las investigadoras. El otro robo que no llegaron a consumar fue a un empresario de Torrelodones. Además de objetivos más ambiciosos, los integrantes de la banda también se hicieron con más líneas telefónicas y con vehículos robados para acudir a las mansiones.

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