Dbil en la calle, poderoso en las instituciones y ms xenfobo
Media hora antes de que diera comienzo la manifestacin de la Diada, en la estacin de metro de Plaza Catalua encontrar a algn independentista era un ejercicio de destreza visual y capacidades detectivescas. Una pareja otoal con la bandera estelada camuflada en una bolsa de Atmeller; una madre rubia y bronceada con sus tres hijos preadolescentes uniformados con la camiseta de la ANC para este ao -el timo del merchandising debe continuar-; un cincuentn melenudo disfrazado de Capitn Catalua… Y poco ms.
Incluso resultaba complicado or hablar a alguien en cataln, entre una sinfona plurilinge -espaol, pastn, ruso, tagalo, francs, sueco, ingls…- que explica la rpida transformacin social que est experimentando Barcelona en los ltimos aos.
Una nueva Catalua, coherente con su tradicin mestiza, que agrava la sensacin de derrota colectiva en el independentismo tras la oportunidad perdida en 2017, empujndole a una deriva abiertamente xenfoba y conectada con el discurso ultraidentitario que crece en Europa. Una de las novedades de la Diada fue la presencia normalizada de Silvia Orriols, lder de Alianza Catalana, y que tiene la virtud de expresar en pblico la xenofobia que los nacionalistas comentaban en privado.
El estado de nimo independentista lo defini un inesperado mensaje en las redes sociales de Pilar Rahola, quien fuera la propagandista ms destacada del golpista procs: «Por primera vez en aos no ir a la Diada. No s muy bien cul es el sentido ni qu se va a defender. Os pasa lo mismo?».
Unos 28.000 independentistas no siguieron su ejemplo y volvieron a salir a la calle, pero sin apenas fuerza para disimular su moral de derrota y la nostalgia por aquellas manifestaciones multitudinarias -ms de un milln en varias Diadas- y de precisin norcoreana. Una masa vociferante y entusiasta que los gobiernos de ArturMas y CarlesPuigdemont utilizaron como amenaza a Rajoy, y que en apenas cinco aos se ha esfumado. Como si todo hubiera sido un espejismo o simplemente un divertimento pasajero de la pequea burguesa catalana.
La evidente desercin popular que ha sufrido el nacionalismo -un fenmeno poltico y sociolgico digno de estudio- no ha ido acompaada por la lgica disminucin de su presencia en las instituciones y capacidad de influencia. Al contrario, el nacionalismo todava es la ideologa hegemnica y la que contamina la vida oficial y subvencionada: los medios pblicos como TV3 y RTVE, la universidad, la escuela, la patum cultural, el Bara, los funcionarios de la Generalitat…
Si Catalua sigue siendo una sociedad enferma de nacionalismo es gracias al gobierno de Salvador Illa. El PSC ha asumido todos los postulados y chiringuitos nacionalistas ms por pragmatismo que por conviccin ideolgica, evitando la confrontacin y la imprescindible desnacionalizacin, para garantizarse una legislatura catalana sin sobresaltos y el apoyo de Junts y ERC a Pedro Snchez.
Sanchista entre los sanchistas, el PSC se ha situado al frente de la reaccin victimista del nacionalismo contra la sentencia del TSJC que garantiza una educacin bilinge, repitiendo los mismos errores de la etapa de Jos Montilla con el Estatut. Al presentar la decisin de los jueces como otro caso de lawfare, Illa refuerza el argumento nacionalista de estar viviendo un asedio lingstico: un hipottico intento de borrar la identidad catalana en el que Espaa estara utilizando como arma la inmigracin hispanoamericana. El «gran reemplazo».
En los ltimos meses se han multiplicado los casos de xenofobia contra castellanohablantes en Catalua, especialmente dirigidos a trabajadores y locales regentados por hispanoamericanos. Sin fuerzas para alcanzar la Repblica, y sin asumir del todo el engao colectivo del procs, el independentismo popular ha pasado de soar con el choque directo con el Estado para la sedicin, a declararle la guerra a la empanada argentina y al ceviche peruano.



