Así se ha vivido el anuncio de Pedro Sánchez en un bar del paseo de Extremadura de Madrid: ”Gooooool de Señor” | Noticias de Madrid



Quiso el guionista que este lunes fuera la festividad de San Pedro Mártir, que el Rey celebrara un acto oficial en el Centro de Explosivos Improvisados de Hoyo de Manzanares y que el pincho de tortilla estuviera especialmente bueno en el bar Los 60, una especie de santuario nostálgico en el paseo de Extremadura número 8 de Madrid. En este distrito, Latina, el PP ganó en las últimas generales con 44.649 votos, el PSOE tuvo 37.955, Sumar 22.784 y Vox 13.463.

El bar, decorado con trajes de la Guardia Civil, billetes de 100 pesetas, imágenes de la virgen, cartillas del Ministerio de Educación Nacional, placas de la Falange y capotes de torero, ha vivido la decisión de seguir de Pedro Sánchez como la tanda de penaltis de un equipo de derrotado. Embobados frente a la televisión junto a los que llevan la misma camiseta.

Los raiting en televisión registran la audiencia de las grandes finales de Champions como una línea que asciende minuto a minuto. Arranca con una buena cuota de pantalla, crece al terminar la primera parte, se duplica en la segunda, se dispara con la prórroga y alcanza cifras históricas, el minuto de oro, con el último penalti. El momento en que hasta la abuela que trastea con las judías se suma al espectáculo.

Algo así ha pasado la mañana de este lunes en la televisión que colgaba en la pared junto a una placa del general Ampudia y una Virgen rojigualda en honor a la Guardia Civil. En la radio sonaban Los 40 Principales y, de fondo, una televisión silenciada, anunciaba en letras grandes la comparecencia de Sánchez en 14 minutos y 58 segundos, 57, 56, 55…. Pero a las 10.45, pocos clientes podían permitirse un respiro frente al pincho.

Los que llegaban por el cortado sorbían, miraban a la pared, volvían a sorber, pagaban y salían. En una mesa pegada a la barra, cuatro trabajadores miran de reojo la televisión con la taza en la mano mientras hablan de bombas hidráulicas, de compresores y de un curso de formación. El bar es un ibérico cuadro de Hopper donde la España que madruga toma el cafelito a media mañana y la que trabaja los sirve desde las 7.00. Si el guionista hubiera estado fino sonaría The final countdow de Europe y no habría premio que se le resistiera.

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A 13 minutos del final, la mesa que habla de compresores da un giro a la conversación. “Porque el móvil de Begoña, Marruecos, Pegasus…”, dice el que parece manejar fuentes ajenas a todos los demás. Cuando la cuenta atrás marca 10 minutos, el que tiene a su derecha, también inquieto, se olvida definitivamente de los compresores y grita a la barra…

―Casaaa. Sube la tele, sube, a ver qué hace el Sánchez.

Una pareja de mediana edad se suma al grupo que sigue ahora de pie la televisión. El hombre recién incorporado echa un vistazo general a la escena y apuesta por el chiste:

―Parece la llegada del hombre a la luna.

En el exterior del local, tres amigas con carpetas y libros de Preu, siguiendo la dialéctica del bar que las acoge, ajenas a lo que se cuece dentro, charlan animadamente bebiendo Coca-Cola Zero en una terraza con mesas y sillas pintadas de rojo y amarillo. Entonces Pedro Sánchez empieza a hablar: “Por muy alto que sea, no hay honor que justifique el sufrimiento de las personas que uno más quiere, y ver cómo se intenta destruir su dignidad, necesitaba parar y reflexionar. Sé que la carta pudo desconcertar porque no obedece a ningún cálculo político. He mostrado un sentimiento que no suele ser admisible en política…”.

―Vamos, Pedro, que no estás recitando a Becquer―, insiste el mismo hombre, coronado ya como el simpático del nuevo grupo.

Pasadas las 11.05, en la tele rodeada de capotes y banderas, se hace una pausa y se escucha: “He decidido seguir. Seguir con más fuerza si cabe al frente de la Presidencia…”.

―Tssssssss―, chista el más alto al ver el balón salir rozando el palo.

―Goool de Señor―, vacila el cómico, que resulta también ser el mejor analista.

Cuando las 11.08.26 Pedro Sánchez termina su intervención, da media vuelta y vuelve a su puesto de trabajo, también lo hace el resto del bar. El hombre de la barra se gira hacia el café, la camarera vuelve al trapo en la encimera, la mujer del fondo sigue contestando whatsapps a su jefe, el ecuatoriano carga otro saco de patatas hacia la cocina y los dos ancianos vuelven a hablar del ambulatorio.

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