Toda una fachada para hacer apología de la muerte en Madrid | Noticias de Madrid
La muerte es algo cotidiano. Cada día, en promedio, mueren 73 personas, en Madrid. La gran mayoría, el 95% fallecieron por enfermedad, pero también hay bicicletas blancas que recuerdan que un ciclista fue atropellado en una esquina, el metro sufre un retraso debido a una “asistencia sanitaria” porque alguien se suicidó o una placa recuerda que alguien ahí fue asesinado hace muchos años. Entonces la muerte aparece de repente en la calle. Pero lo normal es que la muerte esté en los cementerios y los cementerios en las periferias. Pocas veces hace apología, sale de paseo y toma la fachada de un edificio del centro de Madrid. Y con ella las calaveras de barro negro y las flores de sempasúchil a los balcones como una guía de pétalos naranja que alumbra el camino hacia el más allá. La muerte es algo triste y doloroso para casi todos los mortales y es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco para los mexicanos. Si además lo decora Eugenio Caballero, ganador de un premio Óscar al mejor diseño de producción por El Laberinto del Fauno, es tentador morirse un poco para no defraudar.
La Casa de México (Alberto Aguilera, 20) estrenó esta semana su tradicional altar de muertos que podrá visitarse de forma gratuita hasta el 10 noviembre, cuando en las casas mexicanas ya no queda rastro de altares. Caballero ha intervenido la fachada y las dos primeras plantas de este palacete de los años 20, en el que ni los pasillos ni las escaleras, tan simbólicas en el encuentro con los difuntos, se han librado. La fachada principal está decorada por 40 flores de cempasúchil tejidas en la técnica de las sillas Acapulco y el interior del edificio y los pasillos se enfocan en el viaje de los muertos al mundo de los vivos y viceversa. Una dualidad que acompaña el recorrido decorado por exquisitas piezas de barro negro, pastillaje y madera tallada que hace referencia a la forma en la que las culturas prehispánicas entendían la vida y la muerte: el día y la noche, la luna y el sol, el cielo y el inframundo. Un recorrido por 20 piezas de arte popular mexicano rematadas por el tradicional altar de muertos con todos los elemento: agua, velas, papel picado, flores, calaveritas de azúcar, copal, sal, fotografías del difunto…
Eugenio Caballero (53 años, Ciudad de México) está acostumbrado a morir un poco en cada proyecto que arranca. Puede ser el Laberinto del Fauno, Roma o Lo Imposible, algunas de las películas en las que participado, y casi lo hace de nuevo después de ocho días cargando cajas, desembalando y ayudando a la instalación.
“¿Por qué alguien se mete a diseñar la muerte?”. Dice Caballero que tiene ganas de divertirse y salir de su zona de confort. Antes lo hizo con los juegos Olímpicos de Sochi (Rusia) o en colaboraciones con El Circo del Sol y, en esta ocasión, la Casa de México le propuso recrear la cosmovisión mexicana de la muerte, uno de los platos fuertes de esta fundación que cada año atrae a casi 100.000 personas para ver su altar de muertos.
El recogimiento, el misterio y el dolor clavado en el pecho de la tradición castellana frente a la alegría y el recuerdo emocionado de quienes se fueron de los mexicanos. Emborracharse y sentarse en la lápida junto a los mariachis del amigo que ya no está, pero con el que esta noche vamos a cantar todas sus canciones. O peor aún, enfrentarse a Halloween, el tercer actor en discordia. “¿No entiendo a quién le puede gustar una fiesta con sangre, pelucas naranjas, cuchillos clavados, telarañas, un ojo colgando…?,” resume una mujer que recorre la instalación de Caballero.
Al altar de Chamberí no le falta de nada: calaveras de barro negro, sempasúchil, pan de muerto, calacas, papel picado… Ahí están los cartones de los artesanos de Santiago Tulyehualco “un pueblo que solo se dedica a hacer fiestas, porque fabrican fuegos artificiales, calaveras, papel picado, mole…”, bromea Caballero. Todos los elementos tradicionales a los que uno de los mejores Directores de arte del mundo vino a dar la vuelta. Chocolate, pan de muerto y calaveras de azúcar. No es la mejor celebración para la diabetes, “pero, ¿hay algo más loco que comerse la muerte?”, se pregunta entre risas. El Mbappé del diseño cinematográfico disfruta echándose una pachanga en la Casa de México “porque quería interpretar el día que más le emociona y porque quería hacerlo en España”.
“La Casa de México en España impone mucho”, dice, y además “es la fiesta más importante para mí”. “Primero por un gusto personal. Los aromas, las flores, el copal, la cera, el pan de muerto y el chocolate. Contar que en todas las casas del México se aprovecha para hablar de lo que se ve y de lo que no se ve. Pero no de una forma intensa, sino como un homenaje a la vida a través de los recuerdos”, añade. En su altar de muertos no suena un chelo, sino un son jarocho, describe. Un intento por aterrizar la adaptación mexicana del refrán: “el muerto al pozo y el vivo al gozo”. Diez palabras que resumen mejor que Octavio Paz o Guadalupe Posada la relación del mexicano con la vida y con muerte.
Caballero forma parte de una brillante camada de cineastas mexicanos, entre los que están Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón o Guillermo Del toro o Emmanuel Lubezki, 16 Premios Óscar y 19 nominaciones entre los cinco. Un fenómeno único de talento generacional de un grupo de amigos que rozan los 60 años y que emplea tantas energías en hacer películas como en dar clases y llevar México por el mundo.
Pero por más ganas que le echen, la verdadera difusión del Día de Muertos lo logró Coco, el niño de Disney que difundió la cultura mexicana por el mundo que también puede ser la triste historia de una tradición manoseada. Hace dos años, Doña María Salud Ramírez, la tierna abuelita que inspiró a Mamá Coco, murió en su pueblo de Michoacán a los 109 años. Desde que en 2017 se estrenó la película, hasta su fallecimiento en octubre de 2022, Doña María pasó sus últimos años de vida en una silla de ruedas en su casa junto a un enorme cartel de la película donde los turistas llegados de todo el mundo hacían cola para hacerse una fotografía con ella a cambio de unos pocos pesos. Pero aunque Coco ha hecho bastante, todo empezó con Macario. La programación mortuoria que la Casa de México ha preparado para este mes se acompaña de un ciclo de cine con películas elegidas por Caballero que arrancó la semana pasada con la proyección Macario, una mezcla perfecta de folklore y realismo mágico, considerada el Pedro Páramo del cine mexicano.